Para el actual Gobierno, los noveles parlamentarios, bautizados como los diputados de los manteles, que ese amanecer dieron la espalda a sus partidos para integrar la mayoría gobiernista, actuaron entonces con patriotismo, y tan aplaudido fue su gesto por el sector oficialista que los propios suplentes principalizados terminaron convenciéndose de que les cupo ser los "gestores" de una gran jornada para la democracia. El hecho es que, para un gran sector de la ciudadanía, se había retornado a las viejas y truculentas prácticas que tanto se criticó como lacras del pasado.
No conocemos si los diputados defenestrados tan violentamente han recurrido a la justicia internacional para impugnar ante esa instancia los mecanismos que se utilizó para arrebatarles su condición de representantes del pueblo, para la que habían sido elegidos legítimamente. Tampoco conocemos si igual paso han dado quienes, en circunstancias parecidas de violencia, fueron destituidos como ministros del Tribunal Constitucional. El hecho es que, si no han dado el paso, podrían darlo en cualquier momento, y el fallo recién conocido marca la pauta de que existe un camino que garantiza a quienes se consideran víctimas de los excesos de los gobernantes, para obtener que una instancia independiente y supranacional repare los daños institucionales que puede causar la desnaturalización del correcto sentido de la Ley. Esa instancia, a manera de espada de Damocles, debe constituir una permanente amenaza para todos aquellos que olvidan que el ejercicio del poder es efímero, pero la búsqueda de la justicia es permanente.
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