Pero aquello terminó con la llegada de una sui géneris “revolución”. Ahora el médico no espera al paciente en busca de una receta, hoy recibe anonadado la orden de despido respaldada por una metralleta; artefacto que debería servir para disuadir al delincuente que nos agrede, nos mata y “desvincula” (verbo de moda) de este mundo.
El periodista que entrevista a un galeno temeroso que no sabe cómo tapar su nombre escrito en el mandil y una mujer que limpia pisos y huye aterrorizada gritando “¡yo no sé nada!” reflejan el salario del miedo. ¿Es que viene la cárcel por el dictamen de una ley fabricada sin los médicos? ¿Es que la delación sustituyó a la camaradería que hubo entre colegas? ¿Es que el terror ha relevado a la dignidad?
El respeto a las leyes, tratados internacionales y Constitución es una quimera. Da risa escuchar a fariseos predicando la moral y sacándose los ojos por optar por las vacantes “voluntariamente” renunciadas. Alguien dijo que es preferible morir de pie que vivir de rodillas. Los médicos que por obligación siempre convivimos con la vida y la muerte hasta ser expulsados de nuestros hospitales, deberíamos escoger entre lo uno y lo otro so pena de ser juzgados a la vuelta de la esquina, por el dedo inquisidor de nuestros nietos.
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