En otras palabras, en la acción política moderna el dilema no se presenta entre propiciar una alternativa política y oponérsele, sino entre construir dicha alternativa con rigor jacobino o forjarla en el agitado mar de un orden con libertades. La segunda vía de hecho es tortuosa, llena de compromisos y concesiones, pero se ha revelado no sólo como la más ética, sino como la más eficiente y duradera.
La alternativa entre una conducción autoritaria y otra respetuosa de las libertades, marca de diverso modo todos los procesos políticos modernos. (Todo a su tiempo: a Maquiavelo le hubiera parecido sin sentido el dilema planteado por Orwell, ya que en la época del florentino otros eran los modos de materialización del poder social). La tensión ha sido patente no solo en procesos revolucionarios, como en la fallida República española, sino en la vida de democracias liberales y de la "periferia". Los caudillos latinoamericanos, los líderes nacionalistas árabes de los 50 y 60, los fascismos europeos de la anteguerra, el "macartismo" estadounidense, los movimientos africanos de la independencia, todos apelaron resortes autoritarios para imponer programas y visiones, para ganar y conservar el poder. Pero, también, todos generaron la oposición de quienes cuestionaron no sólo a sus ideas, sino en particular a su quehacer político draconiano y excluyente.
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