El mundo está poblado de los día a día de cada quien; de mitos que las culturas han creado; de representaciones que para unos son dogma y para otros herejía; de desconcierto por reafirmarnos como entidades extraordinarias en un universo lleno de entidades que alegan ser igualmente extraordinarias; de las emociones demasiado humanas que enumeraba Nietzsche y que habitan en cada pueblo y en cada persona; del potencial de indolencia, resistencia y conformismo que tiene toda sociedad; de las respuestas que cada individuo dice tener sobre la vida y que, en el fondo, son solo pistas para explicar a medias el mundo amplio o el interiorizado.
Dicen que se llega a la madurez cuando se comprende que no todas las preguntas tienen respuestas; pero la educación y los ejemplos de conducta social nos orientan a sostener que lo sabemos todo, a forzar a la realidad dentro de arquetipos racionales, a denostar a quienes se atreven a dudar de estos, a achacar los errores al vecino, a mirar la tolerancia y la bondad como señales de debilidad o torpeza y a reducirlo todo a explicaciones maniqueas o tesis inapelables.
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