Los espectadores (diplomáticos y periodistas, sobre todo, pero también políticos y académicos interesados en la realidad latinoamericana) se quedaron asombrados, desconcertados. Lo que esperaban, en esa reunión especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, era una polémica dura, probablemente tensa, sobre la libertad de expresión en la República de Ecuador. Posiblemente habría, incluso, denuncias y acusaciones recíprocas. Habían ido a la sede de la OEA (Organización de Estados Americanos) , en la ciudad de Wáshington, preparados para casi todo. Lo que jamás esperaron era que ocurriría lo que finalmente ocurrió.
Y es que, en medio de las exposiciones directas y concretas de los acusadores, fue exhibido un vídeo con unas expresiones, no editadas ni sacadas de contexto, del presidente Rafael Correa, que revelaban la verdadera identidad del actual Gobierno ecuatoriano: “el presidente de la República no es sólo jefe del poder ejecutivo. Es jefe de todo el Estado ecuatoriano. Y el Estado ecuatoriano es poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial, poder electoral, poder de transparencia y control social, superintendencias, procuraduría, contraloría…”.
Ese instante, según relataron después algunos de los asistentes, las miradas se entrecruzaron y se oyeron susurros. Y es que el presidente Correa había resumido, en pocas palabras, su visión del poder, de ‘su’ poder: es total, absoluto, sin límites ni contrapesos. Él está por encima y es el jefe de los legisladores, de los jueces, de los árbitros electorales y hasta de los funcionarios encargados de controlar al poder e impedir sus excesos. Él no es un mandatario que recibió un mandato limitado y temporal de sus mandantes. No. Él es “el jefe de todo el Estado ecuatoriano”. Él es el país.
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