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viernes, 7 de octubre de 2011

Francisco Febres Cordero : Los que se quedan - SEP. 04, 2011 - COLUMNISTAS - EL UNIVERSO

El excelentísimo señor presidente de la República no deja cabos sueltos en su acción política, lo cual no ocurre en su labor administrativa, donde muchos de sus ofrecimientos no se cumplen, se cumplen a medias o simplemente pasan a engrosar la larga cadena de olvidos. Sin embargo, hay que reconocer que el excelentísimo señor presidente de la República es hombre de arrestos (y no lo digo solo metafóricamente, sino literalmente). Todo lo que ha hecho, lo ha hecho para imponer su voluntad: si para eso hay que pasarse por sobre las leyes, ¡qué más da!; si hay que burlarse de las personas y atentar contra su honor, ¡allá va a dar!; si hay que levantar tumbas para escupir sobre los muertos, ¡pues que se las levanten!; si hay que perseguir a alguien, no se mide en sus afanes. Para todo ello, claro, ha ido concentrando todos los poderes en sus manos, hasta poner a temblar tanto a los asambleístas cuanto a quienes deberían ejercer una labor de fiscalización y de control, y no se diga a los jueces. El excelentísimo señor presidente de la República, ¡qué duda cabe!, tiene una peculiar manera de entender la democracia: la democracia es él. Quien discrepa es un tarado, un imbécil, un idiota, un ignorante o cualquiera de esa interminable lista de epítetos con los que califica a quienes osan contradecirlo. Vapulea. Sí: el excelentísimo señor presidente de la República no para hasta ver a su oponente destrozado. Defiende su honor y el honor de su familia, pero no duda en mancillar el honor de los demás y no se detiene a pensar que aquellos a quienes zahiere con brutal dureza también tienen –como él– madre, hijos, esposa. Tal parecería que el excelentísimo señor presidente de la República es el único ecuatoriano que puede salir por sus fueros cuando alguien lo toca: todos los demás quedan sometidos al escarnio público.

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