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sábado, 28 de enero de 2012

:: Enciclopedia del Ecuador - Efrén Avilés Pino ::

Hoy 28 de enero de 2012 el pueblo ecuatoriano conmemora el primer centenario de la muerte de Eloy Alfaro (José Eloy Alfaro Delgado).

2 comentarios:

  1. Mientras el Viejo Luchador buscaba por todos los medios la forma de evitar las trágicas consecuencias de una nueva guerra civil, las tropas de Plaza avanzaban presurosas hacia la costa para iniciar la lucha, por lo que Montero y Flavio Alfaro tuvieron que salir a su encuentro para evitar que éstas lleguen a Guayaquil.
    Los dos ejércitos se enfrentaron en los campos de Huigra, Naranjito y Yaguachi, donde en sangrientos combates -en los que ambos bandos lucharon con valor, coraje y heroísmo, dejando los campos de batalla cubiertos de sangre y gran número de muertos- las fuerzas alfaristas, al no poder resistir la inmensa superioridad del ejército regular, fueron finalmente derrotadas.
    “Entonces, en plena derrota, con el ejército enemigo ya en Durán, frente al puerto, por un acto de ejemplar heroísmo y con el anhelo de lograr todavía un arreglo pacífico, Eloy Alfaro, el anciano fatigado de setenta años, aceptó la responsabilidad de ser designado director general de la guerra. Un ambicioso cualquiera hubiera tomado la única decisión lógica: Abandonar el campo y salir del país” (A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República, tomo II, p. 213)
    La paz se acordó el 22 de enero con la firma del Tratado de Durán, por medio del cual los gobiernistas garantizaban la vida y bienes de los generales vencidos y de todas las personas -civiles o militares- que hubiesen tomado parte en el movimiento revolucionario.
    Al caer la tarde los generales alfaristas se retiraron a sus hogares en Guayaquil, situación que fue aprovechada por el Gral. Plaza para capturarlos uno a uno sin la menor resistencia. Consumada la traición se ordenó el enjuiciamiento militar del Gral. Montero, quien fue cobardemente asesinado durante el proceso, en la tarde del 25. Esa noche, de acuerdo a lo planeado, los otros prisioneros fueron llevados a Durán a bordo de una pequeña embarcación, y luego, en el mismo ferrocarril que Alfaro había construido con tanto sacrificio y esperanza, fueron enviados a Quito, al altar de la inmortalidad.
    En las primeras horas del día siguiente el fúnebre convoy inició su macabro viaje; viaje que había sido cuidadosamente planeado para que el pueblo quiteño tuviera los ánimos exaltados en contra de los prisioneros.
    Primero llegaron a Quito los soldados placistas con sus muertos y sus heridos, y luego, cerca del mediodía entraron los generales vencidos, y entre gritos, vejámenes e insultos proferidos por los cobardes, malandrines y asalariados de Freile Zaldumbide y su gobierno títere, fueron conducidos al Panóptico para ser encerrados en celdas individuales.
    “El coronel Alejandro Sierra, con su batallón y más un piquete despachado por el Ministerio de Guerra, condujo a los presos hasta la penitenciaría misma. Los entregó al director contándolos: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, y este último, Eloy Alfaro, seis.
    A ese mismo coronel se le atribuyen estas palabras pronunciadas al salir, y dirigiéndose ya al populacho vociferante que llenaba el atrio del sombrío y pétreo edificio.
    -Yo ya he cumplido con mi deber: lo demás es cuestión de ustedes” (O. E. Reyes.- Breve Historia General del Ecuador, tomo II, p. 256)
    Inmediatamente comenzó la sangrienta faena: La barbarie, el sadismo, el crimen y la venganza se dieron la mano con el pueblo quiteño en el horrendo festín, y juntos escribieron una de las páginas más vergonzosas de la historia del Ecuador. El pueblo, arengado por los politiqueros, gobernantes y oportunistas, asaltó el presidio e inició la inmolación de los mártires.
    “A Eloy Alfaro, un desalmado cochero, después de ultrajarle con palabras soeces le descargó un garrotazo, tendiéndolo en el suelo y rematándolo después con un tiro de rifle, para luego ser precipitado por matones a la planta baja entre puntapiés y griterías” (Jorge Pérez Concha.- Eloy Alfaro: Su Vida y su Obra, p. 425)

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  2. Uno a uno todos fueron asesinados, y sus cuerpos, mutilados y ensangrentados, precedidos por prostitutas, matarifes, clérigos y cocheros; fueron arrastrados por las calles de Quito hasta El Ejido. Ahí estaban, tomando parte del festín, José Cevallos, José Chulco, la Pacache, la Piedras Negras y Las Potrancas; los hampones y los canallas; mientras en algún oscuro rincón de la casa de gobierno, Carlos Freile Zaldumbide simulaba ignorar lo que estaba sucediendo.
    “El espectáculo superó a las palabras. Sencillamente fue inenarrable, en el más auténtico sentido. Prostitutas y matarifes, hampones y chiquillos desaprensivos, mujeres sedientas de sangre y paroxismo iniciaron el itinerario que debía conducir los cadáveres a El Ejido para su incineración. Los orientadores, los impulsadores, los solemnizadores, no aparecieron en parte alguna. Tampoco asomaron los fieles servidores del régimen, los beneficiarios del crimen, los que imploraban justicia y los que pedían venganza. Menos aún aparecieron por allí los escritores de la oposición, los ideólogos, los malos consejeros de los vencidos. Lo que es más cruel, no apareció ningún defensor” (G. Cevallos García.- Historia del Ecuador, tomo 2, p. 190).
    “Cuando los despojos humanos de don Eloy y su plana mayor llegaron a El Ejido, el salvajismo y la barbarie adquirieron caracteres plásticos de una escena dantesca. Rociaron los cadáveres con gasolina y los incineraron mientras ese enjambre de rameras y gandules, danzaban grotescamente en torno de la pira en contorsiones hiperbólicas, que reflejaban instintos bestiales liberados en su primitivez repugnante” (Carlos de la Torre Reyes.- La Espada Sin Mancha, p. 608)
    Perpetrado el Asesinato de los Héroes Liberales, el pueblo, los homicidas, los gestores del crimen, todos se retiraron pacíficamente a sus casas como si nada hubiese pasado, mientras en El Ejido, los martirizados cuerpos eran consumidos por el fuego de La Hoguera Bárbara.
    Fue el 28 de enero de 1912.
    La inmolación de Alfaro, lejos de acabar con él, lo inmortalizó, y mientras sus asesinos se perdían en medio del anonimato y la vergüenza, su figura alcanzó proporciones gigantes que lo convirtieron en luz y guía patriótica de las generaciones que le sucedieron; tal fue así, que el 26 de septiembre del 2003, el Gobierno del Ecuador, mediante Decreto Ejecutivo, lo proclamó Héroe Nacional.

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