Adiós campanas | HOY | 10/Agosto/2011

El concepto de laicismo implica que el estado laico es independiente de cualquier organización o confesión religiosa; lo que es correcto, pues no se justificaría que el estado -como sí ocurrió en el pasado- se identifique con un credo religioso particular y lo haga suyo, porque afectaría los derechos del resto de ciudadanos que no profesan esa religión. Empero, jamás debe entenderse que, por su condición de laico, el estado está contra todas las religiones y privilegia en su tratamiento jurídico a quienes no profesan ninguna, pues eso sería una barbaridad total, toda vez que, de acuerdo a estadísticas no impugnadas, una inmensa mayoría cercana al noventa por ciento de la población ecuatoriana practica alguna religión, y ello implicaría una preferencia para quienes en su condición de laicos son una absoluta minoría. Ese absurdo sostiene el proyecto, el cual pone en condición de inferioridad a los creyentes de alguna religión en relación con quienes no lo son, lo que constituye una aberrante discriminación, pues ante la ley ambos (creyentes y no creyentes) están en condición de igualdad ante la ley.